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La agricultura “low-cost”: lo barato sale caro

Olivier de Schutter durante una conferencia en la Fundación Calouste Gulbenkian de Lisboa, mayo 2012. CIDAC

Olivier de Schutter durante una conferencia en la Fundación Calouste Gulbenkian de Lisboa, mayo 2012. CIDAC

En un Nueva York de un futuro cuasi apocalíptico, Charlton Heston se alimentaba de una especie de pienso vitamínico en la película “Cuando el destino nos alcance” (1973), tras la desaparición de las frutas, verduras y carnes del planeta. En esta distopía, un horrorizado Heston termina descubriendo que la industria alimentaria utiliza restos humanos para producir su nuevo producto estrella, el “Soylent Green”, título original de la película en inglés.  En este siglo XXI, no nos comemos los unos a los otros, al menos que sepamos, pero el sistema de producción agrícola es disfuncional: entre los 7.000 millones de habitantes del mundo, unos consumen 4.500 calorías diarias, el doble de las necesarias, y otros mueren de hambre.

El relator especial de la ONU sobre el derecho a la alimentación Oliver de Schutter (1968) es un experto en estos temas. Desde el año 2008, lleva estudiando el modelo de producción de alimentos mundial, que gestiona los recursos alimenticios como un negocio, concentrándose en el volumen de la producción, los precios bajos y las cotizaciones bursátiles.

Así pues, este modelo de agricultura “low-cost” no respeta el concepto de soberanía alimentaria defendido por actores independientes, como Vía Campesina, o el de derecho a la alimentación de la ONU; no considera el impacto medioambiental de la producción e impide el acceso de gran parte de la población mundial a la alimentación, a pesar de los excedentes: se produce lo suficiente para alimentar a 12.000 millones de personas, pero los alimentos no se reparten y se tiran 1.300 de toneladas de comida al año, según la FAO.

De Schutter, a punto de dejar su cargo como relator para Naciones Unidas, propone la instauración de un modelo “agroecológico”, que defiende como factible, para asegurar la producción sostenible y diversificada de los alimentos, su distribución a todas las poblaciones y el avance hacia hábitos de alimentación más saludables.

El relator belga conversa con Panorama Latino sobre estas cuestiones, la polémica sobre los productos transgénicos y el gravamen a la comida basura  en la sede del Centro de Intervención para el Desarrollo Amílcar Cabral (CIDAC) en Lisboa.

P: Durante sus pesquisas, ¿ha hablado usted con grupos alternativos al modelo de producción (agrícola) actual, como Vía Campesina?

R: Sí, mucho. Han permanecido extremadamente visibles en los últimos 5 o 6 años, y el desafío fue el de reconciliar el acercamiento fundado en el derecho a la alimentación, que es un acercamiento desarrollado por las instancias internacionales, con el acercamiento de la seguridad alimentaria que ellos promueven. Pero las convergencias son muy fuertes y he trabajado mucho con ellos, incluyéndolos en todas mis consultas.

P: Usted ha hablado de fijar impuestos sobre la comida basura, pero a la vez fijamos impuestos para los productos biológicos. ¿Cuál es su posición al respecto?

R: Pero, ¿en qué sentido pagamos impuestos por los productos biológicos?

P: Se paga dinero por tener una etiqueta para avalar que son bio, que es como hacerlo.

R: Sí, de acuerdo. Pienso que los alimentos perjudiciales para la salud, como son las bebidas gaseosas azucaradas o los snacks que tienen un alto contenido energético, pero un poco valor energético, deben ser desalentados. Hay diferentes maneras de hacerlo, especialmente, gravando esos productos para enviar un mensaje fuerte hacia el consumidor. Lo ha hecho México recientemente, con el presidente Enrique Peña Nieto, quien decidió imponer impuestos disuasivos sobre las bebidas gaseosas azucaradas y los snacks. Y pienso que hay que incentivar el consumo de frutas y verduras con subsidios para promover cambios en el consumo. Sin embargo, la cuestión clave para una alimentación más sana, no es solo la cuestión del precio, aunque juegue un rol, es sobre todo una cuestión de educación, de tiempo, de favorecer la capacidad de las personas de cocinar y comprar sus alimentos frescos. Esto forma parte de un conjunto de disposiciones que hace falta poner en marcha para incentivar una alimentación más sana.

P: Pero, ¿todavía es sano comprar en los supermercados con la presencia cada vez más importante de productos transgénicos, por ejemplo?

R: Yo no he estudiado las cuestiones ligadas a la salud y los alimentos transgénicos, OGM. He estudiado los OGM a partir de una cuestión muy precisa, que es la de los impactos en los pequeños agricultores al depender de esas tecnologías, pero no soy médico ni nutricionista. Así que, en cuanto a los impactos en la salud, tengo que decir que los científicos que trabajan en ello tienen dificultades en hacerlo porque sus investigaciones no son incentivadas, y de hecho son activamente desalentadas, y eso me parece problemático. [Los científicos] se han quejado además. Se quejan de que las investigaciones sobre los OGM no sean libres y que, por tanto, no tengan la posibilidad de verdaderamente identificar los posibles efectos en la salud de la alimentación OGM.

P: En el modelo de diversidad alejada de la agricultura “low-cost”, ¿deberíamos cerrar los supermercados y volver a los mercados locales?

R: No, eso es irrealista. Los sistemas deben coexistir. Desempeñan funciones diferentes y cada uno tiene su utilidad. Creo, simplemente, que tenemos la responsabilidad de mantener esa diversidad y si no tomamos medidas para incentivar sistemas alimentarios alternativos, efectivamente, asistiremos a una uniformización de los regímenes alimenticios, las ciudades van a depender de un solo canal de distribución y las opciones del público serán restringidas. Yo soy partidario de una diversidad de sistemas alimentarios en el que cada uno desempeñe su función y que sean accesibles para los productores diferentes, para públicos diferentes y mercados diferentes.

P: ¿Dónde hace usted la compra, por ejemplo?

R: Yo soy como todo el mundo. Varío mucho. Compro lo que puedo en el mercado local, el de agricultores, cerca de mi casa, donde compro directamente al productor, pero, evidentemente, también consumo productos trasformados que ellos no proveen, así que voy también al supermercado. Creo que es el caso de cada vez más gente, que no están ligados a un solo sistema alimentario, sino que se aprovisionan en diferentes lugares.

 P: Usted defiende la agroecología como alternativa al modelo [agrícola] actual, ¿pero estaremos listos para respetar el ciclo natural de los cultivos y no tener tomates todo el año, por ejemplo?

R: Creo que eso debería formar parte de la educación del consumidor. Hemos perdido el contacto con las estaciones, estamos mal informados, en general, sobre los lazos entre los cultivos y las estaciones porque estamos acostumbrados a disponer de todo durante todo el año. Esto debe cambiar, no es sostenible. Esto forma parte de las reformas ligadas a la alimentación que se deberían favorecer.

P: ¿Cuál es la diferencia entre [la producción de] productos ecológicos y la agroecología?

R: La diferencia es importante. Los productos bio son etiquetados, certificados y cumplen un pliego de condiciones, mientras que la agroecología, en un principio, es el lazo entre la agronomía y la ecología. Es la idea de que tenemos que replantearnos la manera de producir las plantas y cultivos, ligándolos al ecosistema. La agroecología no es una etiqueta, no es un pliego de condiciones, es una manera de reflexionar sobre el oficio de agricultor, que quiere comprender cómo funciona la naturaleza para reproducir en la escala de la explotación agrícola las complementariedades entre diferentes elementos de la naturaleza. Es una manera eficiente de utilizar los recursos naturales, aceptando que la naturaleza es compleja y que la tarea del agricultor debe ser la de comprender cómo funciona la naturaleza para reproducir esas complementariedades.

P: En los países desarrollados hay personas que comen 4.500 calorías al día, el doble de las necesarias, pero a la vez existen casos de malnutrición, como en España, y gente que come en comedores sociales. ¿Hay una tendencia a la polarización entre las clases sociales en Europa en cuanto al acceso a la alimentación?

R: No creo que sean dos fenómenos ligados el uno al otro. Creo que las razones por las cuales la gente tiene sobrepeso y obesidad, porque consumen excesivamente, son una categoría de problema y no es porque ellos consumen mucho que otros consumen poco. La gente que consume muy poco es porque no tiene suficiente dinero y el presupuesto que destinan a la alimentación es un presupuesto que se puede recortar fácilmente, mientras que no podemos regatear en el precio que pagamos en el alquiler de un apartamento o sobre el precio de los transportes para ir al trabajo y volver. Pero en la alimentación siempre podemos gastar un poco menos. Y muy a menudo vemos que la gente pobre, la gente a la que la crisis les afecta en particular, no solo comen menos en términos de calorías, sino que también comen peor. Comen cosas que son menos sanas, de manera menos diversificada y eso tiene consecuencias en la salud, pero no es necesariamente en términos de subalimentación, sino de malnutrición.

P: ¿Con el abandono de la agricultora “low-cost”, los precios subirán, no es cierto?

R: Sí, es cierto que será lo que vea el consumidor. Pero no debemos olvidar que, cuando hablamos de la agricultura industrial que hace circular en el mercado  alimentos a bajo precio para los consumidores, hay muchos golpes escondidos, golpes sociales, que la colectividad soporta en términos de contaminación, de impacto en la salud pública, de despoblación del campo. Todos estos golpes reales que causa la agricultura industrial no están integrados en los precios que paga el consumidor. Pero es cierto que es, efectivamente, es una agricultura “low-cost” que da la impresión al consumidor de ser más barata, pero es una impresión engañosa. Para cambiar de modelo, hay que proteger al consumidor pobre y lo que yo busco lanzar como mensaje es que las familias pobres deben ser protegidas con un reforzamiento de la protección social, un reforzamiento de la seguridad social, pero que la solución de los precios artificialmente bajos no es una solución a largo plazo.

P: Entonces el cambio de modelo va a promover cambios sociales enormes, porque el salario de la gente tendrá que ser aumentado para poder pagar precios, digamos, justos.

R: No sé si serán enormes, pero es una implicación, y una de las batallas a librar es que dejemos de entender el sistema alimentario como si su función principal fuera hacer circular productos alimenticios a bajo precio y que aceptemos que la protección social debe ser reforzada, es cierto. En el promedio europeo, los hogares destinan el 12 o 13 por ciento de su presupuesto a la alimentación. En 1950, destinaban el 30 o 35%. Tenemos que aceptar la idea de que si queremos una agricultura más sostenible y un modo de alimentación más sano, necesitamos que ese presupuesto que destinamos a la alimentación aumente, pero también que los hogares pobres sean apoyados para que puedan soportar ese aumento.

 

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