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Señora Rojas Brito: antes, ahora y siempre

Con mi marido el día de nuestra boda en abril del 2018. Foto: Marianna Troiani.

Estaba exhausta. Había dormitado solo 3 horas y nos teníamos que levantar para recoger toda la decoración del castillo. Me acosté pensando que alguien se iba a meter en la habitación, como me pasaba cuando mamá falleció, y no pude pegar casi ojo. La boda fue preciosa y me divertí tanto que la cola del vestido de novias acabó hecha jirones. Desayunamos y recogimos todo con ayuda de nuestras familias y amistades. Entonces nos dirigimos a casa de los padres de mi flamante marido y, nada más atravesar la puerta, un amigo de su familia me dice: «¿Qué tal estás, señora Arbez?».

No contesté a la pregunta; el factor sorpresa me dejó muda. La falta de sueño quizás fuera premonitoria. Simplemente sonreí incómodamente y mi marido se apresuró a decir que yo no era una «Arbez». Ahí quedó la cosa. Pensé que no valía la pena enfadarse, después de todo los franceses están habituados a que la mujer cambie su apellido por el de su marido al casarse. La ley no obliga a las francesas a hacerlo y permite la posibilidad de que el marido cambie su apellido por el de ellas (o que lo añada), pero lo habitual es que ellas modifiquen el suyo o que la gente dé por hecho que así lo harán.

A lo poco, recibo un mensaje de una amiga mexicana que me escribe: «¿Qué tal se siente el convertirse en una señora?». «Yo ya era una señora», respondí.

No sentía que nada hubiera cambiado tras el «sí, quiero». Llevo pensando en mí como una «señora» de pleno derecho desde los 25 años, cuando dejé definitivamente el domicilio maternal para tomar alas, aunque a los 17 ya me molestaba que mi profesor de filosofía llamara a las chicas «señorita» y a los chicos «señor». Me parecía una forma de infantilizar a las mujeres y llevo años corrigiendo en cada oportunidad a personas cuando me llaman «señorita». Pero es decepcionante ver que, más allá de la mayoría de edad, lo que ha hecho de mí una «señora» a ojos de la mayoría no ha sido la obtención de un título universitario, la independencia económica, el alquilar por mi cuenta o el pagar impuestos directos. Lo que acaba de convertirme en una «señora» es el haberme casado.

Llevaba tiempo evitando el enfrentarme a este tema encarecidamente. Me acuerdo de ese día en el que mi banco francés se negó a cambiar el «señorita» por «señora» cuando fui a firmar los papeles de apertura de mi cuenta porque no había presentado un certificado de matrimonio. De haber insistido con la ley francesa en vigor, tendrían que haberlo hecho. Ahora no me da la gana de notificar al banco mi matrimonio como si mi marido fuera mi aval en la vida.

Pasan unos días del mensaje de mi amiga y decido comprar un coche con mi marido con el dinero de los regalos de la boda. Recurrimos a su tío, que tiene un concesionario, y nos consigue un modelo que nos gusta. Enviamos toda la documentación e indico que pongan el coche también a mi nombre para evitar confusiones. A los pocos días recibo los papeles en casa y descubro irritada que la tal «Señora Arbez» se ha comprado un coche con mi dinero.

Resulta que la secretaria del concesionario cometió el «error» de cambiarme el apellido en los papeles del coche y que el programa informático de la entidad financiera da por hecho que si una pareja está casada, la mujer tiene el mismo apellido que el marido. Terminan por ponernos como pareja de hecho para revolver el problema.

Respeto las maneras francesas, pero no las comparto. Además la legislación está de mi parte, aunque no lo estén las costumbres. Mis apellidos hablan de mi ascendencia. No llevarlos para mí significa borrar mi pasado, mi historia familiar,  mi bagaje y mis logros. Y haré todo lo posible frente a los funcionarios franceses para que mis hijos lleven mi primer apellido. Tras una conversación con mi marido, decidimos que el suyo vaya primero porque nos suena mejor, pero crearemos un apellido único al unirlos con un guión como se estila en Francia.

Esta señora Arbez que me asedia, me quiere hacer sombra y se vale de la administración gala para anularme. Se quiere apropiar de lo que soy y de lo que he conseguido. Pero no la dejaré porque ella solo tendrá vida si yo la dejo; porque yo ya era una señora antes de su aparición desafortunada en mi vida; porque para mí nada ha cambiado. Se va a enterar de quién soy yo: la señora Rojas Brito (antes, ahora y siempre).

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Esta entrada fue publicada en 24 May, 2018 por en Paranoias y anécdotas y etiquetada con , .

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